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cómo pequeños puestos de comida sostienen decenas de familias en la Zona Franca de San Isidro – El Nuevo Diario (República Dominicana)

Foto de un negocio informal en la Zona Franca de San Isidro. (Pamela Encarnación)

EL NUEVO DIARIO, SANTO DOMINGO ESTE.- Cada mañana, cuando todavía es de noche y San Isidro apenas despierta, decenas de emprendedores ya están levantando lonas, encendiendo fogones y acomodando mercancías para recibir a los empleados que trabajan en la Zona Franca y sus alrededores. Son hombres y mujeres que, con esfuerzo diario, han convertido pequeños negocios en el sustento principal de sus hogares y en motores silenciosos de la economía local.

Foto: Pamela Encarnacion.-

Aunque sus estructuras son sencillas (carritos, guaguas, mesas improvisadas), detrás de cada puesto hay historias marcadas por la perseverancia, el sacrificio y la fe en el trabajo propio. Para muchos, vender comida no es solo una alternativa económica, sino una forma de construir oportunidades donde antes no las había.

De negocio humilde a la construcción de un patrimonio familiar

Teófilo González es uno de los vendedores más conocidos en las afueras de la Zona Franca de San Isidro. Desde hace 15 años se dedica a la venta de mangos y dulces junto a su familia, una actividad que con el tiempo se convirtió en su principal fuente de ingresos y en la base para levantar un patrimonio.

Su experiencia como trabajador formal, primero en San Pedro de Macorís y luego en la Zona de Las Américas, le permitió comparar realidades y llegó a la conclusión de que su emprendimiento le ofrecía mayores beneficios económicos y estabilidad.

“Yo estaba empleado en la Zona de Las Américas, ganando 300 pesos semanales. Pero con el negocio hice mi casa, una tercera planta”, recuerda.

Gracias a ese crecimiento, también pudo adquirir su principal herramienta de trabajo, una guagua que hoy utiliza para abastecer su negocio.

“590 mil pesos di yo por esa guagua; la cogí a un año y ya llevo por el mes 11”, sostiene.

Según cuenta, en temporada de mangos su puesto se convierte en referencia para muchos clientes, quienes valoran tanto los precios que ofrece como su generosidad, pues es fiel creyente de que hay que dar para recibir.

“Cuando vienen otra gente vendiendo mangos, las mujeres dicen: no, aquí hay un manguero, porque a veces doy mangos también, porque imagínate, no es vender nada más, hay que dar, regalar también, y eso me ha hecho ser grande aquí en el negocio… uno no puede ser tan apretado”, manifiesta.

Cada semana, Teófilo se traslada a Baní para adquirir alrededor de cinco mil unidades de mangos, lo que le permite mantener los precios más bajos que otros vendedores.

“Las mujeres me dicen: por allá venden esos mangos a 25 pesos y tú los vendes a 10 pesos, y por eso me compran muchos mangos”, agrega.

González resalta con orgullo cómo inculcó a sus tres hijos desde pequeños la cultura del trabajo, citando al mayor, a quien se llevaba desde los siete años para San Pedro de Macorís a vender.

Su deseo de superación no se limita al negocio de dulces y mangos. Tras concluir su jornada en la Zona Franca, también realiza acarreos, convencido de que los sueños no se cumplen solos, si no que hay que ir tras ellos.

Madrugar para construir sus sueños

A pocos metros, Paula Milagros López inicia su jornada cada día desde las 3:00 de la madrugada, preparando desayunos que incluyen mangú, espaguetis, huevos, queso, tostones y salami, los cuales suelen agotarse antes de las 8:00 a.m.

“Lo que me motivó a venir a trabajar aquí es ayudar a mi familia… la cosa está un poco difícil, pero Dios ha sido bueno y nos decidimos a emprender”, cuenta.

Con casi cuatro años en el lugar, ya cuenta con una fiel clientela que reconoce su disciplina y disfruta de su sazón. Sin embargo, el emprendimiento también ha implicado sacrificios personales para ella, como la pausa temporal de sus estudios universitarios.

“La tuve que paralizar un momento para ayudarnos a comprar nuestra casa”, explica.

Al igual que Teófilo, Paula asegura que, frente a los bajos salarios, el negocio propio representa una alternativa más rentable y estable para salir adelante.

“Ahora mismo los salarios están muy difíciles, o sea, no hay mucha paga; entonces me es mejor y más rentable un emprendimiento, un negocio, que ponerme a trabajar para una empresa”.

Aunque admite lo desgastante que resulta la preparación diaria de los alimentos que ofrece, mantiene la convicción de que su esfuerzo tendrá frutos.

“Es un sacrificio grande que a la larga va a valer la pena, porque todos trabajamos con un propósito y un objetivo; Dios es bueno y nos ayuda a conseguirlos, pero también es importante trabajar por ellos”, afirma.

Además de los desayunos, complementa sus ingresos con una pequeña repostería desde su hogar, trabajando exclusivamente por encargos.

Entre el esfuerzo diario y el cuidado de su familia

Para Tania Suero, vender empanadas representa una forma de aportar al sustento del hogar sin descuidar la crianza de sus hijos. Tiene nueve meses instalada de nuevo en la Zona tras haber tenido que retirarse anteriormente por motivos personales.

“Me es más fácil aportar algo en el hogar, ya que la situación económica está muy difícil y un solo miembro en la familia aportando no da para sustentar un hogar”, declara.

Más allá del ingreso, Tania valora la flexibilidad que le ofrece su emprendimiento, mismo que le ha permitido equilibrar el trabajo con la vida familiar.

“Vengo aquí temprano en la mañana, luego puedo irme a casa. Me da tiempo llevar a los niños al colegio, recogerlos…”, expresa.

Su rutina inicia a las 4:00 a.m., con el traslado de los insumos y la preparación de los alimentos, apoyada por su padre y su hermano, a quien le paga por su trabajo. El negocio aporta cerca del 30 % del ingreso familiar y le ha permitido, por primera vez, generar un ahorro.

“Antes todo se iba en los gastos del hogar. Ahora uno hace un ahorro”, dice. Sin embargo, reconoce que la carga diaria es agotadora, por tener que combinar las responsabilidades de su casa con las del trabajo.

“Hay que ir al mercado, preparar el pollo, las carnes… es un poco difícil porque tengo que atender a los niños, el hogar y preparar los insumos. Yo sola preparo todo”, relata. 

Manos trabajadoras que no se rinden

Los pequeños negocios de comida que rodean la Zona Franca de San Isidro no solo llenan estómagos, llenan esperanzas, pagan casas sostienen hijos, costean estudios y crean independencia económica.

Empleados de la Zona Franca de San Isidro. (Foto: Pamela Encarnación)

Mientras el costo de la vida continúa en ascenso y los salarios formales resultan insuficientes para cubrir las necesidades básicas, estos emprendimientos sirven como una salida ante la escasez laboral. Más allá de la venta diaria, representan acceso a vivienda, educación, ahorro y estabilidad para hogares que, de otro modo, quedarían fuera del crecimiento económico.

Cada plato servido, cada empanada vendida o cada mango ofertado refleja una realidad que se repite en varios puntos del país: la del trabajo independiente como evidencia de que, aun en condiciones adversas, el esfuerzo cotidiano sigue siendo una de las principales herramientas de progreso en la República Dominicana.


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