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historias de vida contadas por quienes más han vivido – El Nuevo Diario (República Dominicana)

Ana María, Margarita e Ivelisse Rosa. (Foto: Luz Ogando)

EL NUEVO DIARIO, SANTO DOMINGO. – Vivir muchos años es un privilegio, pero recordar lo vivido lo es aún más. Para los protagonistas de esta historia, el paso del tiempo ha dejado huellas en el corazón: momentos que, en vísperas de Navidad, son recordados con agradecimiento, nostalgia y emoción.

Para los adultos mayores de este reportaje, algunas tradiciones navideñas han cambiado. “El mundo gira”, dicen, pero algo tienen claro: diciembre sigue siendo la época más linda del año.

Con manos delicadas y uñas pintadas de rojo —muestra de que los años no le arrebataron la elegancia de la juventud— Ana María Rodríguez, de 72 años, recuerda cómo sus padres cuidaron su infancia, el arte de colocar la mesa cada 24 de diciembre, las reuniones en su hogar y la calidez familiar.

“Recuerdo muy bien cuando era pequeña. Me encantaba la Navidad de esos tiempos, por los Reyes Magos; sin embargo, ahora me gusta porque pienso en mis nietos. Hay cosas que con los años dejaron de usarse; por ejemplo, ahora los niños esperan a Santa Claus. Aunque mis nietos ya son adultos, me recuerda su época”, dijo.

María hace una pausa, como quien intenta viajar al pasado sin abandonar el presente. Aunque no especificó fechas, explicó que tenía menos de 20 años cuando sus padres se reunían con los vecinos para cantar villancicos con las mejores canciones navideñas.

“Vivía por El Mirador. Mi mamá y mi papá llamaban a quienes vivían cerca para seguir festejando en Navidad. A veces los más jóvenes querían salir a la discoteca, pero mis padres nunca me dejaron. A mis cuatro hijos también traté de cultivarles el amor por la Navidad; ya todos son adultos”, contó.

Evitando llorar, expresó su nostalgia al recordar que en esta época, en la que se conmemora el nacimiento del Niño Jesús, muchas familias no tienen un plato en la mesa.

“Aunque la Navidad es felicidad, hay personas que no tienen nada. Peor aún, pienso en los lugares de extrema precariedad o en países en guerra, donde los niños no saben qué es esta época. Eso sí es triste. Deseo que, por lo menos el 24, Dios les envíe bendiciones y puedan comer algo”, lamentó.

Lo que la memoria dejó

Con una pausa minuciosa y unos minutos para pensar, Ivelisse Rosa, de 77 años, busca en los archivos de su mente los recuerdos más íntimos de su familia, aquellos que el paso del tiempo y los achaques de la edad han ido borrando.

Antes de contar su historia, advierte que no recuerda mucho; sin embargo, un pensamiento ilumina su rostro.

“No podían faltar las decoraciones: las luces, el árbol. Ah, claro, y mi amiga; ella ha estado en todas las épocas de mi vida”, dijo sonriente.

Aunque no conserva fresca su adolescencia, doña Ivelisse tiene una visión clara sobre la vida, la familia y lo que verdaderamente importa en estas festividades.

“Es importante ser feliz. En Año Nuevo hay cosas que es mejor dejarlas atrás. Lo mejor de la Navidad es que no se pierdan las buenas costumbres: si alguien pasa por tu casa y solo tiene una manzana, se comparte. Los lujos pasan a un segundo plano”, expresó.

Los famosos bailes

Más de cinco adultos mayores, sentados alrededor de una mesa del centro geriátrico Sarita Celestec Homes, se miran entre sí mientras comparten, entre carcajadas y alguna lágrima, recuerdos de juventud que los transportan más de 30 años atrás.

Margarita Bandejours, de 77 años, permaneció en silencio gran parte de la conversación; sin embargo, una leve sonrisa asomaba en su rostro. Cuando llegó su turno, no dudó en afirmar que su parte favorita de la Navidad eran los bailes: el son, el merengue, la música que llenaba de vida esos días.

“Me encantaba gozar. Tenía muchos amigos y amigas; bailar era lo que más me gustaba. Todo el año esperaba diciembre. También recuerdo que algunas personas pasaban inciensos por las casas para sacar las malas vibras, o al menos eso decían”, narró.

Opinión similar compartió Pedro Suárez (nombre ficticio), de 80 años, quien vivió toda su vida en el Distrito Nacional. Su recuerdo más preciado es cuando, hace más de tres décadas, compartía con jóvenes y vecinos cada 31 de diciembre, cantando al unísono con velas y rituales populares.

“Mi prima iniciaba las canciones y yo bailaba. Bailar anima el cuerpo, pero no hay nada mejor que estar en familia. Mi mamá vivía fuera del país y mi hermano y yo contábamos los días para verla llegar en diciembre. Lo mejor era verla”, manifestó.

Suárez también recordó con emoción que durante Nochebuena la comunidad ahorraba dinero y colocaba una mesa compartida para todos los vecinos, especialmente para quienes no tenían recursos.

98 años: fe, iglesia y la visita impostergable

Nelsida Jiménez (nombre ficticio), sentada en una silla de ruedas en una esquina de la sala, dejaba que una enfermera le planchara su cabello blanco como la nieve. Sus manos cruzadas, uñas bien pintadas y unos ojos atentos daban la impresión de que no escuchaba… hasta que le hicieron la pregunta.

—¿Usted sabe de qué estamos hablando?
—“Sí, de las vivencias de Navidad”, respondió con voz suave y segura.

Inició su relato agradeciendo conservar su mayor tesoro: la memoria. Todo estaba allí, incluso los recuerdos del país en aquella época, cuando tenía unos 15 años.

“Soy una sobreviviente. Tuve varios hijos y me casé una sola vez; eran otros tiempos. Mi mamá era muy trabajadora, la recuerdo con su máquina. Yo, como ella, siempre estaba ocupada. Cada 24 de diciembre me encargaba de poner la mesa; el lechón no podía faltar. Ese momento era mi calma. A pesar del trabajo, mi mamá siempre estaba presente; era la tradición del hogar”, relató.

Contó que su fe cristiana la aprendió de su madre, quien le inculcó visitar la iglesia, especialmente cada 25 de diciembre.

“Tengo vivencias espirituales que guardo en mi corazón. La iglesia estaba frente a mi casa. Si no tuviera a Dios, no habría vivido tanto”, aseguró.

Para Nelsida, los tiempos de antes eran más empáticos. Atribuye el cambio al estilo de vida moderno, la migración campo-ciudad y el auge de las redes sociales.

“No es que el lugar te cambie, pero si no hay valores ni formación, la manera de pensar se altera. Ahora todo el mundo dice cualquier cosa en redes y otros lo creen”, afirmó.

Sobre el nuevo año, dijo que debe sentirse ligero: dejar atrás lo que pesa y perdonar siempre. “Perdonar 70 veces siete”, citó.

El peso de la Navidad y el silencio de las sillas vacías

Aunque la mayoría de los adultos mayores recuerda momentos felices, es inevitable que bajen la mirada al pensar en las ausencias: familiares fallecidos, enfermedades, fechas difíciles o navidades que nunca llegaron.

Tal es el caso de Josefa Núñez (nombre ficticio), de 75 años, para quien la Navidad evoca recuerdos duros.

“No tuve Navidad. Mi papá nunca estuvo presente; mi mamá trabajó toda su vida para sacarnos adelante. En Navidad vendíamos dulces; no había grandes cenas ni decoraciones. Eso era para la gente con dinero, nosotros luchábamos por sobrevivir”, contó.

Aun así, ha procurado que sus nietos vivan las festividades, aprendan a ser felices con poco y valoren lo más importante: la familia.

Queda lo vivido

Entre villancicos, bailes, cenas de Nochebuena, misas, luces y recuerdos compartidos, los protagonistas de esta historia sonríen y lloran de emoción.

Los años han golpeado sus cuerpos y, en algunos casos, la memoria; sin embargo, permanecen esos instantes que hoy sostienen la certeza de haber vivido plenamente.

Al final, todos coincidieron en lo mismo: lo importante en esta época es estar en familia, vivir en paz, compartir con quien esté cerca, despedir el año con fe y aceptar las sillas vacías de quienes ya no están.

“No hay tips para llegar a esta edad; es vivir en paz, amar. El amor mueve el mundo. Es un regalo de Dios”, concluyó Nelsida.


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